En la vieja casona junto al río, el otoño, estaba entrando de puntillas, esparciendo con delicadeza sus finísimos polvos dorados, como si quisiera transformar la clorofila en oxido de hierro, sin lastimar las hojas, sin poner tristeza repentina, en el parque y el jardín, en los senderos, en el molino, en el río, el aire, en las almas.
Los fantasmas, mas viejos que la casona, mucho mas viejos, empezaban a buscar sus abrigos, para poder andar de noche, en los tejados, o jugar al escondite, entre los árboles dormidos, y el melancólico molino.
En la vieja casona junto al río, la mañana otoñal, se entibiaba, tendida al sol, al tiempo que abría sus pulmones, como si quisiera aspirar ella sola, todo el aire que la noche, le había preparado, con su misteriosa alquimia de aromas, y olor a tierra humedecida, por el roció….
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