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miércoles, 16 de marzo de 2011

El Caso capitulo tercero.

Don Sancho, nos había explicado que Calamuchita significaba, en lengua original de los antiguos habitantes, zona de Molles y  Talas.
          Mientras la 4x4, bamboleándose, se aferraba segura a la tierra, con una perfecta sincronización de sus especiales e independientes ruedas, parecía un mono, trepando ágilmente un árbol. Don Sancho dijo.
          -En cinco minutos, llegaremos al paraje llamado El Oasis, hasta ahí, llegamos en cuatro ruedas, luego veremos como les responde el físico a ustedes, para el resto del camino, de eso va a depender, hasta que altura llegaremos.
          Los cuatro nos reímos y contestamos.
          -¡Yo! llego - dijo Paola- hasta la cima.
          -¡Yo tan bien!- Acoto Clara.
          -A mi no me dejan en el camino-aclare -¡Yo llego!
          A nosotros tampoco- dijo Santi. Mirando a Matías que se hallaba durmiendo sobre el lomo de Hércules, que también dormitaba enrollado sobre el asiento, quien al escuchar las voces elevadas de tono, entrevió los parpados y emitió un gracioso y largo ronroneo, como diciendo, yo también llego. Mientras Don Sancho, explicaba que eso lo hacia, para indicar que estábamos cerca del Oasis.
          De repente, la joyita elevo su trompa, despegando su tren delantero, del suelo por unos segundos y con gran ruido del motor, se estabilizo, quedando en forma  horizontal, sobre un lugar relativamente plano.
          Don Sancho, nos comunico jocoso.
          -Señoras y señores, estamos en El Oasis, aquí haremos nuestra base por unas horas.
          Nosotros, nos sentíamos tan eufóricos, como debían haberse sentido los argonautas, al viajar en la nave Argos, en busca del vellocino de oro, capitaneada por Jasón; en nuestro caso, el capitán era Don Sancho y la nave,  la moderna 4x4.
          Bajamos, el suelo, levemente arenoso y húmedo, nos mostraba orgulloso aquel paraíso, enclavado a casi mil quinientos metros de altura, según palabras de nuestro guía presente.
          Lentamente nos fuimos acercando a la ollita, rodeada de hierba fresca, árboles y arbustos, disfrutando el momento, con una vista que llenaba nuestros ojos de bellas imagines, en un dia soleado y diáfano, lo que hacia que la pequeña cascada, orientada hacia el este, tuviera leves reflejos dorados, producto de los refulgentes rayos solares, que daban sobre ella.
          Después de un breve refrigerio, nos alistamos para la trepada, el canto de las alejadas aves y el mormullo suave del cantarino arroyo, daba vida al lugar, convirtiéndolo en el mejor de todos los spa del mundo; Hércules, echado sobre la fresca hierba que crecía bajo un sauce, jugueteaba con Matías, apoyado sobre el.
          Don Sancho, provisto de sogas, ganchos, cinturones y arneses de seguridad, mientras explicaba, repartió algo similar a los “Piolet”, para todos, diciendo.
          -Esto, originalmente, se usa más para escalar en la nieve o en el hielo, pero con las reformas hechas por mí, a ustedes, le va a resultar muy útil llevarlo y usarlo, como bastón o como alarga brazo, según la necesidad, ayudándolos a subir.
          Siguió dando ordenes y explicaciones para la trepada, primero, iría él, indicando las dificultades o virtudes del sendero elegido, segundo Matías, sentado sobre un arnés, colocado sobre las espaldas del padre, cuarta  Clara, que llevaría una segunda soga, atada al arnés de Matías, quinta Paola y cola de perro yo, ya que Hércules estaba liberado a medias, de cuidar a su protegido, yendo y viniendo a su antojo, pero siempre con la mirada alerta para ayudar en lo que pudiera.
          Todo listo y revisado por nuestro diligente guía, partimos.
          El principio, fue dificultoso para todos, pero enseguida nos adaptamos al uso del “Piolet” adaptado y a las sogas, con la que Don Sancho nos iba ayudando, en algunos sitios, aprovechábamos las escaleras talladas sobre las rocas, recuerdos dejados por los indios Comechingones, estas solían terminar en pequeñas grutas cavadas en las rocas, en donde se veían montículos de piedras de diversos colores, formando altares, rodeados de vasijas, hechas de piedra o arcilla.
          Esto, nos conmovía hasta  lo mas profundo del alma, pensando que tenían cientos de años de antigüedad, era en estos lugares que Don Sancho nos explicaba cosas del lugar, Matías pedía por ver la nieve, cosa  que ya nos parecía algo improbable, por el calorcito que sentíamos, parte por el esfuerzo realizado y parte por el solcito tibio de la media mañana, después de unas horas, hicimos cumbre, de la nieve ni rastro, pero la vista era algo imponente, imposible de relatar, por lo que nos quedamos mirando, con los ojos fijos y bien abiertos, para gravar en el cerebro y en el alma, las imagines que se presentaban ante nosotros, Don Sancho, explicaba, al este, el Valle de Calamuchita, con pastos amarillentos y hojas de color ocre rojizo, con gran cantidad de líneas azuladas, que como venas en el cuerpo, daban vida al valle, aquí y allá, grupos de coniferas, poniendo  verdor al paisaje, los lagos mas grandes, se notaban como grandes manchones azules, allá sobre el horizonte, leves picos, difuminados por la claridad solar, alteraban la línea recta de este; eran Las Sierritas y bien a la derecha de los lagos, el cordón serrano de los Cóndores y el casi solitario cerro Pistarini. Hacia el Oeste el Valle de Traslasierra, a la derecha, el dique La Viña, abajo nuestro, San Javier, a la derecha Las Tapias, Villa las Rosas, Los Hornillos, Las Rabonas, a la izquierda, Yacanto y La Población, más comúnmente llamada La Pobla, por los lugareños, todas poblaciones que apenas veíamos sus techos, entremezclados con los árboles, ¡Si!, podíamos ver claramente, la torre de la iglesia de San Javier, la que se asomaba en un claro, era la plaza principal, volvimos nuestras miradas hacia el Valle de Calamuchita.
          Don Sancho, a nuestro lado, descolgó de su espalda un prismático de gran tamaño, diciendo.
-Con esto van apreciar, lo imponente que es estar a esta altura, ¡Tiene mucho alcance!
         Nos paso el aparato, mientras nos indicaba donde y como mirar, Paola, fue la primera, en hacerlo.
          -Miren hacia la izquierda, el primer lago que vean, es el del Dique Los Molinos, una vez que lo ubiquen, giren hacia la izquierda, en la ladera de las sierras, escondida entre lomas y quebradas, ahí, esta la Cumbrecita, al norte del lago, Potrero de Garay, a la derecha Ciudad América, al sur del dique, Los Reartes, mas al sur Villa General Belgrano, repasen la zona del Embalse del Rió Tercero, luego veremos del otro lado.
          Sin llegar a ser una planicie, la cumbre del Champaqui, es lo bastante cómoda para moverse, de un lado a otro, de pronto, Don Sancho dio un grito de alegría, diciendo.
          -¡Pronto! ¡Santiago! Baje al niño, miren, en esta cuevita protegida del sol,  por estos arbustos, hay nieve.
          Santiago, bajo rápidamente a Matías del arnés y atándolo al cinturón de seguridad, con una fina cuerda, le mostraron el montoncito de nieve, que milagrosamente se salvo del derretimiento común en esta hora. Matías, se quedo helado, mirando la nieve, enseguida, introdujo las manitos, jugando con ella y gritando, mama, papa, si que había nieve, que linda y suave es, Hércules, comenzó a correr a lo  loco, ante la alegría demostrada por su protegido, a los pocos minutos, no quedo mas que un pequeño charquito, que prontamente fue adsorbido por la tierra.
          Pero el niño, se dio el gusto, de tocar por breves instantes, la temprana nieve del Champaqui.
          Ante la alegría de Matías y viendo a los padres, que disfrutaban el momento pasado por su hijo, me acorde del por qué de nuestro viaje y como si estuviera dentro de una densa niebla, nublándoseme la vista, se presento ante mi, la imagen de Andrea, llorando por no tener a su lado, a su hijo perdido, como Clara y Santi, veían al suyo, en este lindo momento.
          Abrase a Paola, mientras le acariciaba suavemente, el chato abdomen, diciéndole bajito.
          -Espero que pronto tengamos la suerte de nuestros amigos.
          Ella pegándose a mi dijo sonriente.
          -Ojala, ya no veo la hora de sentir esa alegría, pronto lo vamos a saber.
          Nos besamos, con intensidad y furtivamente, mientras quedábamos retrasados, de Don Sancho, Matías, Clara y Santiago, que ya estaban mirando, con los prismáticos, hacia el oeste, nos acercamos a ellos abrasados fuertemente, solo Hércules, fue testigo de esa muestra de amor entre nosotros, ya que también estaba retrasado, liberado por unos momentos de cuidar de Matías, se encontraba tratando de jugar con una lagartija, que había huido prontamente, ante su insistencia, escondiéndose bajo unas rocas.
           Don Sancho, explicaba que bordeando el lado derecho del dique La Viña, veríamos los pueblos, de Los Pozos, Los Hornillos, Las Rabonas, La Aguadita, Nono, pueblo que si o si, algún dia, deberíamos hacerle una extensa visita, San Sebastián y bien en la punta, Mina Clavero, un poco mas lejos, Villa Cura Brochero, pero hasta ahí, no veríamos mas que sombras, era muy lejos para los prismáticos, el cerro grande a nuestra derecha es el Cerro Negro y entre este y el Champaqui, se encuentra la famosa ventana, una profunda quebrada que comunica los dos valles, haciendo mas fácil, el cruzar el cordón serrano de las altas sierras, por ahí, pasaremos al Valle de Traslasierra, a la izquierda y allá lejos, sobre el horizonte, podrán ver un cordón serrano, son las de San Luís, a la izquierda, sobre el faldeo de las sierras Comechingones, ya en la provincia de San Luís, se encuentra  Villa de Merlo, ahora miren aquí abajo, esos pueblos que vienen después de la “Pobla”, son Luyaba y Loma Bola, mas varios parajes pequeños, todos parecen hilvanados, como en un rosario y merecen ser visitados, de punta a punta, de los cien kilómetros de la ruta provincial nº14, la que en la provincia de San Luís se convierte en la ruta nº 1.
           Aquí, hizo una pequeña pausa, como para respirar profundo y luego, continúo diciendo.
          -Si bien el paisaje de traslasierra, cautiva a primera vista y mejor visto desde esta altura, sus mejores tesoros, están escondidos al final de cada camino de tierra, a la vera de sus arroyos o detrás de las quebradas, todos estos pueblos, son lugares donde se rinde culto al silencio y a la vida pausada, también, son refugios de artesanos, que hacen maravillas para la vista o el paladar, ceramistas, plateros, alfareros, mimbreros y madereros, conviven con pequeños fabricantes de dulces, licores, quesos de cabra y aceites de oliva. También estos habitantes, aprendieron a homenajear a los antiguos ocupantes de la zona y han sabido conservar valores como la familia, el respeto hacia si mismo y hacia los otros, en especial a los ancianos, cosas que en otros ámbitos, se fueron dejando de lado.
          Luego de explayarse en forma pausada y explicativa, como solía hacer, hablando de la grandeza de su Provincia natal, nos propuso hacer un rápido repaso de la vista panorámica del lugar, para luego comenzar con el descenso, todos contestamos afirmativamente, mientras él se comunicaba con su amigo de la hostería de San Javier, para que fuera preparando el tardío almuerzo, obligado por las circunstancias turísticas de sus actuales clientes.
          Bajamos, invirtiendo el orden del ascenso, primero yo, luego las mujeres, Santiago y cerrando la marcha Don Sancho que iba indicando por donde bajar, mientras, sostenía firmemente la cuerda, que nos llevaba como si fuéramos una reata, aunando esfuerzos para no tener una frustrante caída.
          Llegamos Al Oasis, nos lavamos en el agua clara y fresca y hasta tomamos unos sorbos, deleitándonos  con ella, subiendo a la joyita, comenzamos con el descenso, zigzagueando para terminar sobre la quebrada de “La Ventana”, de suaves ondulaciones, ya en ella, Don Sancho volvió a la carga con sus explicaciones turísticas, siempre bien recibidas.
          -Ahora vamos a salir de las sierras, entre los pueblos de Los Hornillos y Villa de las Rosas, bajando de la “Ventana”, bordearemos la segunda reserva de Tabaquillos, una de las tres existentes que hay en el país, luego bordearemos El Pinar, que tiene mil hectáreas de distintas especies de coníferas, cerca de ellos, encontraremos algunos antiguos asentamiento hechos por los indígenas Comechingones, hace muchos años atrás, El Pinar, tiene lugares para acampar y esta lleno de hongos comestibles, de historias de duendes y salamandras, luego entraremos a la ruta provincial catorce, pasaremos delante de Villa de las Rosas, luego por las Tapias, en donde se hacen los mejores ladrillos para frentes y de ahí a San Javier, en donde nos esperan con un suculento almuerzo.
          Matías, que siempre lo escuchaba hablar hipnotizado, por su voz suave y calida, al escuchar la palabra almuerzo, se puso a gritar.
          -¡Si! ¡Si! Mucha comida, para Hércules y para mi, ¡Tenemos mucha hambre!
          Todos, dijimos ¡Nosotros también!
          Pasando las Tapias, enseguida apareció el camino de ingreso a la antigua población de San Javier, situada en el faldeo de las sierras grandes y erigidas al pie del cerro Champaqui, privilegio único, ya que no hay otra población, construida en la base del cerro. Al ingresar al pueblo nos dimos cuenta que sus habitantes, mantienen una uniformidad arquitectónica, para no provocar una contaminación visual, la que se integra a la placidez del paisaje; lo que primero que nos recibió fue su plaza, alrededor de ella, entre almacenes y pulperías, los infaltables caballos, atados en los palenques y los sulquis, conviviendo en armonía con las 4x4, en donde se encuentra el palacio municipal  y la antigua iglesia, construida en 1910, con su alto campanario, el que se ve desde todo el valle,  como lo habíamos visto nosotros, desde el alto Champaqui, dimos una vuelta por ella para dirigirnos a la posada del amigo de Don Sancho, una modesta hostería, ubicada justo al lado de la iglesia, la que albergo en tiempos lejanos, al General José Maria Paz, esta, competía con las que se van instalando en los faldeos del cerro, entre las cabañas diseminadas en las hondonas y bosques cercanos.
          Nos instalamos cómodamente, en un ambiente amable, tranquilo y familiar, al bajar al comedor, el dueño se encontraba hablando en forma amena, con su viejo amigo, nos arrimamos a ellos, él, mientras nos indicaba la mesa preparada para nosotros, nos fue diciendo.
          -Mientras se termina de dorar el chivito, les traigo una picada, con quesos de la zona y unos embutidos, hechos por un amigo chacinero, de la zona del Valle de Punilla, los productos tienen un nombre tan bonito, que se dejan comer con más ansias, son  “IL NONNO ALPINO” y el gusto es excelente. ¡No! ¡No! ¡Que digo! ¡Son Exquisitos!
          Nosotros, hicimos honor a la picada, al chivito y a todo lo que nos fueron poniendo por delante.
          Don Sancho, luego del almuerzo tardío, nos dejo a nuestro libre albedrío, hasta el dia siguiente, él, ya tenía pensado la excursión a realizar, pero como eran varias sorpresas, no nos quiso decir nada al respecto, insistimos en esto un par de veces más, pero se negó firmemente.
          Luego de la negativa de Don Sancho, nos dedicamos a caminar por “San Javier”, lentamente, como si estuviéramos dando la vuelta del perro; para conocerlo, palparlo, respirarlo, disfrutarlo, mientras el sol, se perdía entre los limites de San Juan y San Luis, veíamos las altas cumbres, como por un calidoscopio, cambiando rápidamente la  presentación de sus imagines, llenas de móviles ilustraciones. ¡La Noche! Avanzando firme y serena, nos encontró, sentados fuera de las luces artificiales, mientras sentía la respiración calma y pausada de Paola, apoyada sobre mi hombro, bañada por el insinuante reflejo de la luna, quien en su lento andar, venia a nuestro encuentro, Clara y Santiago, sentados cerca nuestro, relajados y tranquilos, sostenían sobre sus regazos a su niño dormido.
          Los grillos, cantaban dulcemente en hondonadas lejanas, mientras un Búho de gran tamaño, con llamativos penachos de coloridas plumas, que parecían grandes orejas y con su gran pico ganchudo, parado sobre una rama oscura, nos miraba curioso, con sus grandes ojos redondos de color naranja fosforescentes, esperando el momento propicio, para cazar una nocturna y distraída presa.
          Lentamente, fueron prendiéndose las primeras estrellas sobre el firmamento.
          De pronto, Santiago, preguntó sobresaltado.
          -¿Se mueven? ¿No es cierto?
          Espere unos segundos para contestar.
          -¡Si! ¡Si! Se mueven.
          Iban cayendo y cayendo, en el espacio, entre interminables torbellinos y cascadas de silencio, ocupando espacios vacíos, negros, profundos, parecía, que lo que se movía entre las estrellas, caía por instantes en la oscuridad, mientras las grandes y gaseosas constelaciones, iluminaban los picos de las sierras grandes; las imagines, se movían de a una por vez, allí, a la luz de la luna, con el menudo tintineo de los pensamientos y los susurros de voces distantes, como voces y cantos del mas allá, nos quedamos inmóviles, fascinados, mientras las estrellas, giraban en el cielo y las sombras ha nuestro alrededor, como si la magia del pasado, transformada en fantasmas, se hubiera arrimado a nosotros, contando viejas historias de malones y conquistas.
          En ese momento, me di cuenta que el infinito, no era simplemente una ecuación matemática, significaba algo más, era como buscar a Dios en el cosmos, por intermedio de nuestro sistema solar, habiendo sido él, el arquitecto del universo en el que estábamos inmersos, rodeados de tanta belleza y misterio. Apreté los hombros de Paola y ella, como si estuviera presintiendo mis pensamientos, en un acto reflejo, se apoyo con fuerza sobre mí.
          Por indicación de Don Sancho, nos despertaron mucho antes del amanecer, aquí suele tardar unos minutos mas que en el Valle de Calamuchita, también tenían orden de no darnos el desayuno, que no nos preocupáramos, que Don Sancho, lo tenia todo arreglado, los cuatro, parados en el recibidor, esperábamos con ansias a nuestro guía, Matías, ronroneaba como un gatito, molesto en brazos de Santi, porque no lo habían dejado seguir durmiendo, como el quería.  A los pocos minutos, entro Hércules, corriendo a nuestro encuentro, dando vueltas y saltando, alrededor de nosotros, con la intención evidente de que lo dejáramos cuidar de Matías, pero este, lo saludo riendo y siguió durmiendo.
          Don Sancho, desde la puerta de la hostería, nos hacia señas para que saliéramos, ya junto a el, nos preguntó, saludando.
          -Buen dia, ¿Durmieron bien? ¿Están con ropa cómoda? Ahora esta fresco, pero más adelante va estar caluroso.
          Los cuatro, contestamos que no íbamos a tener problemas, las mujeres, llevaban sus mochilas de mano, henchidas con mudas de ropa ligera, más las cosas comunes que llevan  todas las mujeres precavidas.
          Nos acomodamos en la joyita, como si tuviéramos los asientos numerados, despacio y en silencio, nos dirigimos hacia la mística ruta nº 14, desandando el camino de la víspera, pasamos por  Las Tapias y entramos en Villa de las Rosas, esta, nos pareció una encantadora aldea de montaña, Don Sancho, nos explico su idea de hacernos pasar el dia a caballo.
          Los cuatro, dudando, le comunicamos que éramos totalmente neófitos sobre el tema.
          Él, sonriendo dijo.
         -No se preocupen, los caballos de aquí, son mas buenos que el dulce de leche y  conocen bien todos los caminos.
          Todos, nos reímos con ganas por la ocurrencia y aceptamos con gusto el compromiso propuesto; luego de nuestra aceptación, paro la 4x4 en un lugar que evidentemente conocía bien, bajo él, mientras nosotros, hacíamos comentarios jocosos, sobre como iba a quedar nuestra anatomía, luego de la experiencia por vivir, él, había entrado sin llamar a lo que luego nos explico que era una caballeriza, pasados unos minutos, salio diciendo apurado, vamos, vamos que no quiero llegar tarde.

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