Oh! Divina juventud que tanto la destruyen los jóvenes de hoy día, mi frágil memoria, me lleva a recordar aquellos días. Hace ya mucho tiempo, cuando hacia viajes al Delta del Paraná, escenarios de historias, paisajes tan próximos y a la vez tan lejanos, de la monumental indiferencia urbana.
Con mis dos amigos y socios, Horacio y Bocha salía de pesca, de la costa de Vicente López, a los bancos de arena de la isla Martín García, en busca del famoso flecha de plata, pejerreyes matungos, que por lo general sobrepasaban en mucho el kilo de peso, cuando esta era una salida fructífera, se nos llenaba de gozo y alegría el corazón + el bolsillo. Estos viajes solíamos realizarlos en uno de nuestros mejores botes, llamado El Vendaval del Placer. Su nombre se debía a las grandes satisfacciones que nos daba, en todos los sentidos que uno se pueda imaginar.
Pero no solo la pesca me interesaba, también sentía la necesidad de salir del texto escrito, de ir a buscar el anguilas, ese arroyo pobre y oculto donde comienza el vagabundaje de tantos personajes, también sentía la necesidad de explorar las relaciones entre la literatura y las experiencias personales, de retomar eso que va mas allá de los propios juegos o retóricas de la literatura.
Una forma desarticulada y abierta de encontrarle sentido, a esta dura y empecinada existencia. Eso que es una búsqueda etnográfica, filosófica, literaria, política, también autobiográfica. Esto, no era solo un viaje de pesca geográfica.
Entre el Canal de Vinculación y el rió de La Plata, el arroyo Anguilas, serpentea por momentos muy angosto, entre terrenos solitarios, de montes desparejos, sin rastros de forestación civilizada, como sucede en otras islas “las turísticas”. En este trayecto que nosotros hacíamos a remo, para nuestro disfrute personal, solo encontrábamos uno pocos ranchos de madera y chapa, donde viven precariamente los verdaderos junqueros. Frente o cerca de los ranchos, se encuentran esas alfombras de juncos extendidas en el suelo, recibiendo así los rayos solares en forma pareja, para que estos los vayan secando, esto era lo que nos placía ir mirando, desde el refugio seguro que significaba nuestro bote. Los tres disfrutábamos mucho esto, extendidas así sobre el suelo, estas alfombras de juncos desplegadas pacientemente, están expuestas a que una creciente repentina las barra rápidamente, haciéndolas volver al lugar del cual habían sido cortadas “el río”, la cosecha del junco es ingrata y difícil, el atado, puesto en el mercado de San Fernando, se vende por centavos y se utiliza, como novedad en los tiempos, para hacer cortinas y canastas. Pero es difícil, que alguien que tenga estos objetos, conozca las historias duras que se esconden detrás. Las historias del trabajo duro, son cada vez mas ajenas.
Pero mas que el registro del arroyo y las conversaciones con los junqueros (mate de por medio) con sus historias de vida difícil, las que eran habituales en nuestros viajes al sitio en cuestión. Me quedo gravado en la mente, la desembocadura del Anguilas, este, comienza a ensancharse en medio de una ”pradera” de juncos, gira hacia el sur y se une al San Antonio, para fundirse con el Río de la Plata ,” llamado mar dulce por Solís”, es ahí, donde después de la ultima curva “como la curva de los suspiros en el glaciar” el “río”, abierto, majestuoso, aparece de pronto, rizado por los vientos del sudeste, y uno, enfrenta la costa de San Fernando, mas allá, hacia el sur, los planos blancos y grises (como bastidores), de los edificios mas altos de la ciudad de Buenos Aires, bajo la constante opresión de nubes grises que se levantan del río. El impacto, es fuerte y emotivo, ya que cuando se navega el Anguilas, sin oleajes, ni ráfagas de viento, uno tiene la sensación de que se halla muy distante y calmo, en el sentido físico y social de Buenos Aires. Sin embargo, Buenos Aires esta ¡Ahí! A la vuelta del aislamiento, de la marginación, pero no solo por eso, en esa ultima curva, en la salida del territorio oculto del Anguilas, en el imponente enfrentamiento con el río de La plata, en la presencia. Ahí no mas de la costa de Buenos Aires, en esa imagen, se condensan, las preocupaciones y las preguntas del interior del delta, de ese mundo de pequeñas y olvidadas vidas, sin residuos de historias.
El mundo del río, aleatorio e incontrolable, muy fundido con esas filosofías, sobre la indeterminación, sobre los estados de verdad, sobre la realidad como pura fluencia, el mundo de Buenos Aires y de la costa, vista como telón de fondo, de la misma manera que lo ve el villero, como un león, como la sociedad opulenta y hostil, claro que esto no son niveles ni estratos sociales, si se miran bien, todo el fondo es la misma cosa, un agua oscura e incontenible, corriendo en forma interminable, la visión construida por mi, se entrecruza con una filosofía fluvial.
Su fatalismo, es la inmanejabilidad del río y aquí la observación etnográfica se transforma en filosofía, así como el dejarse llevar, el perderse sin objetivos, dejar lo anterior para instalarse en el terreno de lo social y lo político, el antirrobinsonismo (fusión con la naturaleza y no dominio sistemático de ella) es particularmente significativo en este escrito, poco después del fracasó de los proyectos gubernamentales.
Esto es una búsqueda dispersa, como mi vagabundaje por la zona, en mi lejana juventud, lo narrado se mezcla con lo hablado en la zona con los junqueros, otras veces, desde el mapeador o del documentalista o del cineasta. Los agudos registros espaciales, temporales, auditivos de la zona, pueden provenir tanto de alguien que se pregunta sobre la percepción, el conocimiento, como del cine o la literatura.
Quiero decir aquí, que literatura y experiencia se juntan, dialogan en un texto que habla de cosas que están, que existen fuera del texto, pero que se interroga también sobre como hablar de ellas, horadando el representacionalismo. Se ve de pronto, en un lugar y su gente, la consientización de las preguntas sobre la “existencia”.El anclaje de su subjetividad errabunda, feliz cuando se neutraliza la angustia, focalizandose en la descripción de un motor, de un barco, de un mapa, de una destreza o la materia para filosofar en imagines tardías, tramando sus razonamientos con la naturaleza o los artefactos. En ese momento, en que uno siente, que el río es una metáfora de la vida, o que el rió y la vida son una misma cosa, o que nos transformamos en un barco, una actitud antigua, elemental, humana, casi presocrática, pero que no, por eso uno se aísla de la política o de la estructura social, de ahí tal vez la elección por mi, de ese arroyo perdido en las primeras islas, de nuestro mas que bonito delta, con la ciudad de Buenos Aires a sus espaldas, el”Anguilas”.Hay gente que saca un barco a tierra por cualquier motivo, pero la verdad es que solo se trata de su muerte, al salir del texto. Al navegar lentamente ese arroyo hasta su enfrentamiento con el río, al recordar esas imagines de mi lejana juventud, siento, como se debe sentir un barco fuera del agua, que no lo dejan seguir navegando, ese rió, tan opaco e indescifrable, como el país que lo contiene, al cual le dio origen y nombre.
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