La calle Brasil, al sur del centro, es y ha sido, por muchos años, el corazón de los vagabundos de la gran urbe porteña.
Estevan Croll, (alias el sapo) un nombre y una voz salidos del pasado, que reconocí cuando llamó esta mañana, casi diez años desde que lo vi, o hable con el por última vez, cinco años mas o menos, desde la ultima vez, que pensé en el, ya estando retirado.
Estevan Croll, marginal, hombre dedicado a seguir a otros, sin verdadero propósito, que deambula por la delgada línea que separa a la sociedad convencional, del submundo del delito. Soplón, mandadero, cobrador de poca monta, realizador de todo trabajo insignificante en el que no tenga que transpirar, que le permita tener abrigo, comida, bebidas, cigarrillos y una mujer de vez en cuando.
La clase de hombre que se mira, pero no se ve, el que nunca estuvo en el lugar del hecho, aunque haya estado en el mismo centro de el.Estevan Croll, nadie, un perdedor, uno de mas de los que cumplen sentencias por otros.Redada de drogas en Barracas, una noche de hace casi nueve años atrás, un vendedor de drogas, tendiéndole una trampa a otro, el invasor de su espacio.
Estevan Croll, el insignificante, se descuidó, y quedo atrapado en el medio, un juez como casi todos, con intereses creados, miro con un solo ojo, ocho años en Devoto, adiós Estevan Croll, ¿Y los traficantes? Libres ¡Claro! Todos.
Ahora, Estevan Croll salió, a estado libre por ocho meses, y después de ocho meses de libertad, me llamó, preguntó ¿Si podría ir a verlo a su cuarto del hotel
-Esta bien Estevan, nos vemos a las ocho –conteste.Pero no me imaginaba para que, en los viejos tiempos, le había comprado información útil para mi trabajo, por unos pocos pesos, pero yo no estaba buscando nada, entonces, ¿Por qué me había elegido? Que me pediría, si ya no estoy en actividad.
Si uno es listo, en esa zona, no se estaciona el coche en la calle, guarde el mío en un garaje cercano, a las siete cuarenta y cinco, caminaba hacia la calle Brasil y al hotel
Sábado a la noche, y la calle Brasil, estaba atestada, las veredas llenas de viejos, jóvenes, putas, blancos, negros, asiáticos, adictos, vendedores de drogas, borrachos apoyados contra las paredes o desparramados por el suelo, algunos individuos con bastones blancos, algunos en manos de individuos que podían ver mejor que yo, hoteles baratos, restaurantes grasientos, bares semi oscuros, con olores nauseabundos y abrumadores, mezcla de sudor, tabaco y drogas, risas, gritos, insultos, amenazas, riñas, regateo, depredadores y presas, entre sombras, a medio revelar, en el brillante y violento resplandor de las luces, y sobre todo, como un paraguas, el sutil efluvio de la desesperanza.De las calles malvadas, Brasil es una de las peores, la recorrí con cautela, pese a mi edad, luzco lo que soy o lo que fui, soy grandote, caminó mucho y hago gimnasia. Dos borrachos, trataron de pedirme plata, y una puta, con peluca roja, trato de venderme parte de su viejo cuerpo, pero ninguno me dio problemas.
El Estación, consistía en un edificio de cinco pisos, de ladrillos viejos y revoques descascarados, frente a su estrecha puerta, un vendedor de drogas y uno de sus clientes, regateaban por el precio de una piedra de cocaína, ninguno de los dos me presto la menor atención cuando pasaba, escena tan común en estos días, no es que a la policía no le preocupe o que no patrulle la zona, pasa que los vendedores superan a la policía en una proporción de veinte a uno y en la calle de los vagabundos, cualquier crimen que no sea un asalto agravado no es prioritario. Una recepción pequeña, desolada, con ese olor clásico, agrio y algo dulzón flotando en el aire. Detrás de un desvencijado escritorio, un viejo conserje con ojos muertos, que nunca vería nada que no quisiera ver.
- Estevan Croll -pregunte.
Habitación sesenta y seis - contesto casi sin mover los labios.
Me dirigí hacia el ascensor, pero tenia su clásico cartel de, “no funciona”, camine hacia las escaleras.
El olor agrio, se entremezclaba con el desinfectante, en la habitación sesenta y seis, golpee con fuerza la puerta, adentro, se escucho el ruido de muebles al correrse, ruido de cerrojos y la pregunta clásica
.- Quien es.
Me identifique, se abrió la puerta, Estevan estaba ahí, después de no verlo por casi diez años, no había cambiado mucho, si algo mas delgado, avejentado, era un tipo común, bajo, casi rubio, con arrugas en la cara, de mas de cuarenta años, se notaba cansado, pero era el mismo Estevan.
-Eh…-me dijo- gracias por venir, pase, de veras, gracias.
-No es nada Estevan.El cuarto, me hizo pensar en una caja o en un cajón de embalar, con la madera podrida. Cuatro paredes peladas, con restos de empapelados, como si fuera la piel con soriasis, un piso con alfombra, tan gastada que ya no parecía alfombra, una desnuda lámpara, que su mortecina luz, apenas iluminaba, junto a una luz de neón rojo que se filtraba por la ventana. Una vieja cama de hierro, una mesa de luz despintada, una cómoda descascarada, una silla de respaldo recto cerca de la cama, enfrente, un baño sin puerta, un lavado algo ladeado, un inodoro sin tapa, un alto y delgado mueble, como si fuera un ataúd en exhibición
-No es mucho ¿No? -dijo Estevan.
No le conteste.
Cerró la puerta de entrada y la trabo.
-El único lugar donde sentarse es la silla, a menos que quiera sentarse sobre la cama, tiene sabanas limpias, en lo posible trato de tener las cosas limpias-dijo indicándome.
-La silla esta bien- dije.
Me senté en ella, Estevan en la cama, un cuarto con vista a la calle, que apenas se alcanzaba ver, a unos pocos metros hacia ambos lados, de una de las peores calles de la ciudad, estábamos tan cerca, que se podía sentir el ritmo de sus latidos, los feos sonidos y olores, de los vivos y de sus muertos.
-Bueno -dije preguntando- ¿Para que me pediste que venga Estevan? Si es para venderme información, ya no la necesito, estoy retirado.
-No es nada de eso, ya no estoy en el negocio.
-¡Ah! ¿No?
-La cárcel me enseño una lección, me rehabilite.No había sarcasmo, ni ironía en sus palabras, las dijo sinceramente.
-Me alegro de oírlo Estevan.
-Desde que salí, soy un buen ciudadano, no miento, no he bebido, no me drogo, ni siquiera entre en un bar.
-¿Como te ganas la vida? -pregunte.
-Tengo un trabajo -dijo- estoy en el departamento de embalajes de un importante firma, mayorista de artículos deportivos, no es mucho el sueldo, pero es un trabajo honesto.
Asentí con la cabeza.
-¿Qué es lo que queres de mi, Estevan?
-Alguien con quien hablar, alguien que me entienda, eso es todo lo que quiero. Usted siempre me trato bien, decentemente, la mayoría de los otros ni siquiera me trataron como si fuera un ser humano, como si fuera una mierda o algo así -contesto él.
-¿Entender que? -Pregunte.
-Lo que esta pasando allí.
-¿Allí donde? ¿En la calle? -Volví a preguntar.
-Mire - dijo y se acerco a la ventana - mire lo que se ve, mire a la gente...Ahí ¿Ve a ese tipo, en la silla de ruedas y al otro que lo empuja? Ahí… al otro lado de la calleMe incline cerca del vidrio, el hombre de la silla de ruedas, llevaba una gabardina militar camuflada, tenia las piernas tapadas con una gruesa manta de color verde militar, el negro, que empujaba la silla por la vereda, era robusto y le brillaba la cabeza rapada.
-Los veo.
-El nombre del blanco, es Bianchi -dijo Estevan- le estallo una granada en Malvinas y ahora esta parapléjico, vive aquí en el hotel, en el piso de abajo, trafica y vende, crack, coca, ácido, todas las drogas que existan, sino las tiene, las consigue por encargo, el negro, es su guarda espaldas y compañero de cuarto, hace unos meses, mato a un tipo que quiso asaltarlo, le pego con un ladrillo en la cabeza hasta reventársela ¿Puede creerlo?
-Como están las cosas te creo.
-Y ellos no son los peores de la calle.
-Tan bien te creo.
-Antes de ir a la cárcel, yo vivía y trabajaba con gente así, o peores, y nunca vi lo que eran, quiero decir que nunca lo advertía, ahora, si lo veo, todos los días, yendo y viniendo al trabajo, todas las noches, desde aquí, después de un rato, me dan asco las cosas que veo. Ahora que veo claro.
-¿Por qué no te mudas?
-¿Adonde? ¡Con lo que gano! ¡Apenas puedo vivir acá!
-Tal vez, no a un cuarto mejor, pero por que no a otro barrio, no estas obligado a vivir acá.
-Cualquier otro barrio al que pudiera ir, seria lo mismo, ahora, los tipos como Bianchi y el negro, están por todos lados en la ciudad, aunque la gente no los quiera ver, antes, era aquí y en las villas, ahora están por todas partes y cada vez son mas ¿Sabe?
-Si lo se.
-¿Por qué? No tendría que ser así o ¿Si?
Tiempos difíciles, tiempos malos, mucha pobreza, mucha corrupción, demasiado gobierno, poco gobierno, falta de servicios sociales, falta de interés, drogas que destruyen la sociedad como el cáncer, o peor, explicaciones simples, que no eran en absoluto, explicaciones y deshumanizaciones, como las enfermedades que describían. Estaba cansado de oírlas, y no quería repetírselas a Estevan ni a nadie más, así que no dije nada.
Estevan meneo la cabeza.
-Almas que roba el diablo, almas que se queman, vayan donde vayan-dijo filosóficamente.
Fue, como si al salir, las palabras le quemaran la boca.
-¿Te volviste religioso en Devoto Estevan?
-¿Religioso? No se, tal vez un poco, había un cura, de vez en cuando hablábamos, solía decir de los tipos difíciles, que sus almas robadas se estaban quemando, que nada que el pudiera hacer las sacaría del fuego, estaban condenadas y habían condenado a otras para que se quemaran con ellas.
Tampoco tenia nada que decir sobre eso, en medio del mormullo constante, se escucho gritar claramente. ¡Hijo de puta! ¿Que estas haciendo con mis cosas? Allí hacia frió, con la dura y brillante noche apretada contra el vidrio, de la desvencijada ventana, en el cuarto, había un radiador-calefactor, pero no solo estaba oxidado, también estaba frío, en el hotel
-Así son las cosas en la ciudad -dijo Estevan- a pesar del frío, de noche o de día, almas robadas, almas que se queman.
-No dejes que esto te traumaticé -dije no convencido de mis palabras.
-¿A usted no lo traumatiza? -pregunto, inquieto.
-Si, a veces -conteste meditabundo.
Movió la cabeza de arriba hacia abajo, asintiendo.
-Usted siempre fue distinto, siempre quiso hacer algo ¿No es cierto? Quiere arreglarlo de algún modo, apagar los fuegos, tiene que haber una manera.
-Una vez lo intente, ahora no sabría decirte cual es - le dije.
-Si, puede ser difícil, pero creo que si - dijo él pensativo.
-Yo también, todavía hay esperanza - dije no convencido.
-Esperanza, fe, optimismo…si claro.
-Tiene que creer y tener fe.
Voces airadas se elevaron repentinamente desde el exterior; una mujer grito, frágil y débil grito, Estevan se levanto de la cama, abrió la ventana, entraron el aire frío y la humedad. Los ruidos de la calle se hicieron mas fuertes, gritos, llantos, bocinazos, coches, que al pasar, susurraban sobre el pavimento mojado aun, un colectivo, bajaba por Brasil alborotando, mas gritos, Estevan se asomo, espiando hacia abajo.
-Mire -dijo- mire.
Me acerque y mire.
En la vereda, una puta con un abrigo de leopardo, corría alocadamente hacia la estación, ella era la que chillaba, perseguida por un travestí, de falda corta y largas medias can can, blandiendo una navaja, un grupo de borrachos comenzó a reír y a gritar, que la viole, que la viole, mientras la puta y el travestí, desaparecían entre la muchedumbre, fuera ya de la vista, en la plaza.
Estevan metió la cabeza adentro, la luz mortecina, hacia que su rostro pareciera algo fantasmal, ya estaba harto de eso, de ese cuarto, de la calle Brasil, de la gran ciudad, de Estevan Croll.
-Estevan, exactamente ¿Que queres de mi?
-Ya se lo dije. Hablar, solo hablar con alguien que me entienda, de ver como son las cosas por aquí.
-¿Es esa la única razón? -pregunte inquisitivo.
-¿No le parece suficiente?
-Tal vez lo sea para vos - me puse de pie diciendo - ya me voy.
No se opuso.
- Claro, vaya nomás.
-¿Hay algo mas que quieras decirme?
-Nada más, gracias.
Me acompaño hasta la puerta, corrió el cerrojo, me tendió la mano, apretando con fuerza la mía.
-Gracias por venir, me hizo mucho bien verlo, se lo agradezco de verdad.
-Si… Suerte Estevan.
-Para usted también -me dijo- no pierda la fe.
Salí al pasillo, la puerta se cerró muy lentamente, oí el ruido del cerrojo, corrido con fuerza. Baje, salí del
Lo descubrí al día siguiente, por la mañana, lo mostraba la "T V" en todos los noticieros.
Una hora después que me hubiera marchado, Estevan Croll, se paro sobre la ventana de su cuarto, y en menos de dos minutos, usando un rifle semiautomático de caza, muy poderoso, le disparo a catorce personas de la calle, doce murieron en el acto, dos quedaron gravemente heridas, seis de los muertos, era traficantes conocidos, todos tenían frondosos prontuarios, desde el robo, al crimen, dos de los muertos, eran Bianchi, (el veterano de Malvinas parapléjico) y su guardaespaldas.
Para cuando llego la policía, la calle Brasil estaba desierta, solo los muertos y heridos, los vieron llegar, arriba del
Mi primera reacción, fue culparme ¿Pero como podría haberlo sabido, o siquiera suponerlo?
Estevan Croll, un don nadie, un perdedor, un hombre dedicado a seguir a otros, sin sustancia ni propósitos, como podría yo, haber imaginado semejante final, de mi visita al sapo.
“Alguien con quien hablar, alguien que me entienda, eso es todo lo que quiero”. Había dicho él.
¡No! Lo que quería, era alguien que lo ayudase, a justificarse ante si mismo, por lo que estaba por hacer. Alguien que registrara su nota suicida. Alguien en quien confiar, de que le digiera al mundo, la verdad de lo sucedido.
“Usted siempre fue distinto, siempre quiso hacer algo ¿No es cierto? Quiere arreglarlo de algún modo, apagar los fuegos, tiene que haber una manera”.
Doce muertos, dos heridos graves, y no se esperaba que vivieran.
Almas robadas, almas quemadas, de noche o de día, el alma que se quemo esta noche fue la de Estevan Croll, pero el pobre hombre, se equivoco conmigo.
Ya que “Yo”. Estoy tan harto de todo, que la próxima alma que puede ser robada y es la MIA.
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